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Afirma con vigor el apóstol san Pablo que «en Dios somos, nos movemos y existimos». (Hechos 17, 28)
Somos su imagen y semejanza.
Todo es gracia en nuestras vidas, todo es providencia, nada es al azar.
Junto con la fiesta litúrgica católica de Santa María Madre de Dios, cada 1º de enero se celebra la Jornada Mundial de la Paz.
A partir del Pablo VI, cada Papa elige un lema. El Mensaje del Papa Francisco este año 2016 se titula “Vence la indiferencia y conquista la paz”.

La “paz interior” es la que proviene de la unidad de la voluntad humana con la divina, la cual se puede obtener incluso en medio de grandes dificultades exteriores.

San Juan XXIII decía en su Encíclica ‘Pacem in terris’ (‘Paz en la tierra’) que “la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en el interior de cada hombre, es decir, si primero no guarda cada uno en sí mismo el orden que Dios ha establecido”.

San Juan Pablo II señaló en una ocasión que «en este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimonien que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esfuércense por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad».

Plegaria de San Juan Pablo II por la Paz
«Al Creador de la naturaleza y del hombre, de la verdad y de la belleza, suplico:
Escucha mi voz, pues es la voz de las víctimas de todas las guerras y de la violencia entre los individuos y las naciones.
Escucha mi voz, pues es la voz de todos los niños que sufren y sufrirán cuando la gente ponga su fe en las armas y en la guerra.
Escucha mi voz cuando te ruego que infundas en el corazón de todos los hombres la sabiduría de la paz, la fuerza de la justicia y la alegría de la confraternidad.
Escucha mi voz, pues hablo por las multitudes de todos los países y de todos los períodos de la historia que no quieren la guerra y están preparados a caminar por sendas de paz.
Escucha mi voz y concédenos discernimiento y fortaleza para que podamos responder siempre al odio con amor, a la injusticia con la dedicación total a la justicia, a la necesidad compartiendo de lo propio, a la guerra con la paz.
¡Oh Dios! Escucha mi voz y concede en todo el mundo tu eterna paz».

El tiempo pasa, el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra alegría: en el amor vivido y en el «por vivir». «En el atardecer de la vida se nos juzgará sobre el Amor», nos recuerda San Juan de la Cruz.

Amor que brota de Dios, que nos lo infunde, que nos hace amarlo como el primero de todos, como la fuente. Y desde Dios se expande en el amor a cada hermano y hermana, y a toda la Creación de Dios.

Vivimos así en plenitud la vida abundante que el Señor nos regala. Y también bajo la protección de la Madre Buena, la ‘Madre del Amor Hermoso’.

Hermano Antonio Ostojic

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