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Gastón Colaprete

Una vez la Madre Teresa contó: «Encontré una mujer moribunda en las calles. La traje a nuestro hogar. Cuando la acosté a una pequeña cama, me sonrió, tomó mi mano y dijo una sola palabra. «Gracias». Luego murió. Ella me dio mucho más de lo que yo hacía por ella. Me dio su gratitud».

El Hospice entró en mi vida justo en el momento apropiado, y sin dudarlo puedo decir que fue totalmente providencial.
La búsqueda de mi lugar dentro de la Iglesia se estaba dilatando demasiado, hasta que por esos misterios, o signos, que tiene la vida llegué al Hospice.
El inicio de mi camino se marcó por un momento significativo: el comienzo del curso fue un 7 de mayo de 2005, vísperas de la festividad de Nuestra Señora de Luján y, casualidad o no, vísperas de mi cumpleaños.
El Hospice me ha dado mucho más de lo que yo podría llegar a pensar. Me ha enseñado lo que significa de verdad ser pobre y despojado.
El estar con los pacientes ha sido un verdadero regalo de Dios, pero estoy convencido que si no se mira desde una perspectiva de fe y de trascendencia sería muy difícil llegar a comprender esta magnífica misión.
Los pacientes, esos queridos amados por Dios, han sido puestos en nuestras manos, y en nuestro corazón, para reflejar en ellos a Cristo, ese mismo Cristo que los está esperando al final del camino para abrazarlos y recibirlos como hijos muy amados que son.
Si se preguntan por qué lo hago, por qué lo hacemos?… lo hacemos por ellos, por nuestro pacientes, lo hacemos para que puedan cerrar sus historias de vida, lo hacemos para adelantarles aunque sea por un tiempo el amor que Dios les dará por toda la eternidad.
Lo hacemos porque merecen vivir con dignidad hasta que Dios los llame, y esa dignidad es la que intento preservar, desde mi trabajo, como voluntario del Hospice.
Nuestros pacientes son esa savia que alimenta todos los días el árbol de la Cruz de Cristo. Están ahí, como escondidos, anónimos, en silencio, a veces con dolor, siendo sostén de nuestra fe.
Sólo le pido a Dios fidelidad al llamado, que siga todos los días convirtiendo mi corazón, para seguir siendo un pequeño lápiz en sus manos. Y poder llegar al final del camino con el cansancio y la paz de haber cumplido con la misión:

«- Estuve enfermo y me visitaste. Sentí dolor y me aliviaste, estuve triste y me consolaste, estuve sólo y me acompañaste.
– ¿Cuándo hice todo esto?
– Fue con cada enfermo y cada pobre y con cada hermano. Cuando los cuidaste y los amaste, conmigo lo hiciste.
Entra en el reino, entra en mi casa que acá en el cielo tienes un hogar.»

Atte. Gastón Colaprete

Esta entrada tiene 3 comentarios
  1. Gaston, que puedo decirte, entraste en nuestras vidas y dificilmente salgas, Gracias por tanto amor y por tanta contencion en momento como los que nos toco vivir. GRACIAS eternas.

  2. Sí, Gastón, Dios entró de lleno en tu vida porque ÉL es Providencia y Misericordia y quiere que seamos como ÉL, providentes y misericordiosos: «Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo», nos dice Jesús.
    Sí, decís muy bien, Dios nos da mucho más incluso de lo que imaginamos.
    Decís fe y trascendencia, y así es. Rostro de Jesús en los enfermos.
    Bellísimas tus breves reflexiones. Superadoras de los criterios mundanos.
    San Pablo dice: «Los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparado con la gloria que un día se nos manifestará». Por eso mismo afirma con razón Víctor Frankl que lo terrible no son los sufrimientos sino el no encontrarles sentido.
    Cuando se es Samaritano, Cristo Samaritano, todo cambia de perspectiva.
    El sufrimiento con sentido es Cruz y Resurrección, es reparación, es luz para todos, para los que sufren y para los que los acompañan.
    Hospice, obra de Jesús Misericordioso.
    Un abrazo en Jesús y María para vos, Gastón, para Cristian y Paula y para todos los «hospicianos».
    Hermano Antonio

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