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Contagio de salud

Los enfermos del mundo realizan un contagio de salud porque despiertan actitudes de fraternidad, de generosidad, de servicialidad, de asistencia y acompañamiento en todos los que estaban enfermos de egoísmo e individualismo.

Existen personas que de verdad quieren que los enfermos terminales lleven una vida digna hasta el final. Estas personas no aprovechan los casos mediáticamente interesantes para darse a conocer, pero trabajan día a día en el más absoluto anonimato para procurar que ellos y sus familiares sean lo más felices posibles.

El enfermo recuerda a todos, con su presencia, la fragilidad humana. Con frecuencia los sanos dan al enfermo apoyo y ánimo en momentos de dolor; pero, no pocas veces, el enfermo es un maestro de fortaleza por su recia actitud frente a los embates del sufrimiento físico.

Gracias a los enfermos, en muchos hogares, clínicas y hospitales se practican virtudes como la paciencia, la comprensión, la solicitud, la delicadeza y la disponibilidad. Las múltiples necesidades de los enfermos despiertan la abnegación y el altruismo en muchos que deciden dar su tiempo y lo mejor de su calidad humana para alejarse de cualquier descuido, indiferencia o menosprecio, frente al sufriente desvalido.

Especialmente el dolor inocente se presenta como un misterio en que está presente la iniquidad colectiva y un sacrificio que se vuelve redentor para todos, por estar unido al Dolor Inocente del Salvador.

Todos los voluntariados, tan generosos como ignorados, que no buscan el balcón del exhibicionismo, se contagian de esa salud comunitaria que es el servicio desinteresado a los enfermos. “Hoy por ti, mañana por mí”, dicen, y también recuerdan, del Evangelio: “Lo que hiciste a los que parecen más insignificantes, a Mí lo estás haciendo”. La civilización del amor es la globalización de la esperanza, en esa solidaridad humana que vivió un día Jesús de Nazareth y que tiene sabor de verdadera paz.

Autor: Luferni

Atte. Gastón Colaprete
Vicepresidente

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