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Cuidado activo de los enfermos incurables

El humanismo y, en nuestro caso con orientación cristiana, tiene nombre y apellido. Se llama Cuidados Paliativos, se llama HOSPICE Madre Teresa, se llama «Casa de la Divina Misericordia».

Nos situamos frente a la eutanasia, que es el acto de quitar la vida, matar a una persona, con la careta compasiva de la «muerte digna».

Dice el demógrafo canadiense, doctor Gallop: «Una vez que hayas permitido la muerte del feto, el círculo no se cerrará. No habrá límites de edad. Se habrá puesto en movimiento una reacción en cadena que podrá hacer de ti una víctima. Tus hijos querrán matarte, porque permitiste que fueran matados sus hermanos y hermanas. Querrán matarte por no poder soportar tu vejez… Si un ‘doctor’ acepta dinero para matar a un inocente en el seno materno, el mismo ‘doctor’ te matará a ti con una inyección, cuando alguien se lo pague».

Todos tenemos derecho a morir de un modo digno, y ese modo consiste en ser amados, acompañados, cuidados, cuando nos toque dar el «paso» a la eternidad. Cuando esto sucede, podemos llamar, como lo hace San Francisco de Asís, a la muerte, «hermana muerte», porque, dice, nos abre las puertas de la vida eterna.

La vida del enfermo terminal es tan digna como la nuestra. El amor de Dios, que el Espíritu Santo infunde en nosotros, nos pide e impulsa a acompañar a los enfermos terminales hasta el último momento, de forma continua y delicada.

Como personas y como comunidad revelamos quiénes somos en el trato que damos a los más vulnerables. Las circunstancias de deterioro no quitan dignidad, porque la misma es algo óntico, que va más allá de la coyuntura.

Lo dice magistralmente el célebre escritor Jean Rostand: «No hay ninguna vida, por muy degradada, deteriorada, rebajada o empobrecida que esté, que no merezca respeto ni que se la defienda con denuedo. Tengo la debilidad de pensar que el honor de una sociedad radica en asumir, en aceptar el oneroso lujo que supone para ella la carga de los incurables, los inútiles, los incapaces; yo mediría su grado de civilización por el esfuerzo y la vigilancia a que se obliga por mero respeto a la vida».

Lo mismo nos dice el Papa Benedicto XVI en su Encíclica «Spes Salvi»: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre».

El enfermo terminal pide ser amado y reconocido así en su dignidad. El amor da alas para los recursos y la motivación en el cuidado de todos y cada uno de los seres humanos.

HOSPICE, cuidados paliativos, respuesta humana y cristiana, generosa y noble, a la enfermedad y a la muerte. Nos transformamos, por gracia de Dios, en su corazón y en sus manos para el enfermo terminal. «Ámense unos a otros como YO los he amado». Y nos amó hasta entregar su vida, y nos pide lo mismo.

Amigos y amigas, ojalá estas líneas puedan servir para que sigan profundizando en esta llamada con una respuesta fiel, y para sumar a los que se sientan también llamados a este servicio de amor pleno.

Atte. Hermano Antonio Ostojic

Esta entrada tiene 2 comentarios
  1. Amigo Hermano Antonio! Es un honor para nosotros hayas participado en el Newsletter! Personalmente, la temática del artículo y la manera de enfocarlo me pareció muy interesante y certero… Contundente, como señaló Cristian. Desde ya estamos muy agradecidos por seguirnos en nuestra Obra y estar siempre presente!!! Cariños!!!

  2. Querido Antonio, gracias por este hermoso y contundente artículo a favor de la vida. Dios te conceda la gracia de perseverar en este apostolado de defensa de la vida y de luchar día a día, contra las fuerzas del mal que se oponen a nuestro caminar para impedir predicar a Cristo.

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