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Proponer y enseñar la BIOÉTICA en las instituciones educativas

Leía unas reflexiones del cardenal arzobispo de Nueva York, Thimoty Dolan, donde afirma que no nos atrevimos a hablar claro sobre bioética, sobre la moral sexual y que es urgente recuperar el terreno perdido durante más de cuarenta años.

Cuatro años atrás el Episcopado canadiense habla en un documento sobre haber caminado cuarenta años «en el desierto», haciendo referencia a la oposición que hubo al Magisterio eclesial por parte de Obispos, sacerdotes y fieles laicos, y a la urgencia de revertir y reparar.

La misma situación se ha dado en la mayoría de las instituciones educativas católicas, y se sigue dando, aunque, gracias a Dios, en muchas se está revirtiendo el camino hacia la verdad sobre la vida.

El anuncio y testimonio de la bioética humanista es el fundamento de todo orden natural y cristiano, y ese fundamento es universal. La reflexión de la Iglesia lo enriquece grandemente.

¿Dónde puede radicar la mayor dificultad? A mi entender está en la conversión que nos exige, conversión en las obras, en el corazón, en el pensamiento, en todo el ser. Y nos pide decir con humildad: «Señor, ten piedad de mí, que soy (y he sido) un pecador». Estoy convencido que es el punto de partida para una renovación sincera.

Están a la vista los testimonios emblemáticos de, entre otros, el doctor Bernard Nathanson en Estados Unidos y el doctor Stojan Adásevic en Serbia. Fueron responsables de varias decenas de miles de homicidios prenatales, hasta que se convirtieron a la llamada del Señor para hacerse luchadores totales a favor de la vida. Ellos, que cayeron en lo más hondo del precipicio, tuvieron la humildad de aceptar la gracia. ¿Por qué nosotros no?

La doctora Amparo Medina, ecuatoriana, ex-guerrillera, ex-funcionaria pro-muerte de las Naciones Unidas, tuvo el mismo coraje y afirma con convicción: «No importa tanto lo que hayas sido o lo que hayas hecho, sino lo que quiere el Señor que seas y hagas a partir de hoy».

Nosotros, en nuestras escuelas y colegios católicos, no habremos llegado a esos extremos, pero sí al ninguneo u omisión cómplices, que también tienen efectos devastadores. Tendremos que volver a poner la bioética humanista como el fundamento del orden natural y de la verdad revelada. Tenemos que dar espacio a las personas que nos pueden formar y formar a nuestros padres y educandos. Tenemos que tener como esencial y primero, en toda nuestra currícula y en nuestra catequesis, el respeto pleno a toda persona y a su vida, el matrimonio y la familia natural y sacramental, la sexualidad como plenificación en el amor de entrega y en la apertura a la vida, la planificación familiar natural, la ayuda a las embarazadas en dificultades, y tantas otras cosas en este inmenso y abarcativo campo de la bioética.

Estaremos dispuestos a la coherencia y a pagar el precio de la contradicción, porque, de lo contrario, el precio es mucho mayor y dramático, en vidas de niños por nacer eliminadas, en matrimonios destruidos, en hijos que sufren abandono emocional, en resentir así también el bien común social.

Orar, formarnos, involucrarnos plenamente, y ser fieles a nuestra pertenencia con un compromiso coherente.

Dios nos impulsa al anuncio fiel en la vida y en el pensamiento para proponer la BIOÉTICA en nuestras escuelas y colegios y en todas las instituciones que estén abiertas a recibirla como lo son también muchas escuelas estatales. Es un anuncio y una catequesis ineludible e impostergable. Sumemos y multipliquemos.

Jesús Misericordioso, nuestra Vida y Resurrección, y la Madre de la Vida, recorren con nosotros este camino y este ámbito de la bioética y lo hacen fecundo. Viniendo de Ellos, de Jesús y de María, qué duda cabe que hay que aceptarlo, vivirlo, proponerlo.

Atte. Hermano Antonio Ostojic

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