Testimonio de Claudia, nuestra cocinera de los martes

En el año 2007, mi abuelo materno enfermaba de cáncer de esófago. A partir de allí, comenzaron las visitas a diferentes hospitales, los estudios médicos, la lucha constante por conseguir la medicación, los tratamientos médicos… en fin, como familia nos tocó vivir una situación que no teníamos idea cómo enfrentar. Mamá – hoy conocida por todos en el Hospice como “Normi”- fue quien acompañó a mi abuelo en todo momento hasta el final de sus días.

El cáncer llegó para ser una enfermedad-lección; con ella y gracias a ella, pudimos conocer el corazón de mi abuelo, y ver las diferentes caras de una misma moneda.

Cuando pensábamos que ya nada se podía hacer, cuando nos sentimos claudicados y abatidos conocimos al Hospice junto con el maravilloso grupo humano, llegando a nuestras vidas para cuidar de la integridad de mi abuelo, reponer nuestras fuerzas y contenernos.

El final llega a todos los seres y es tan importante como cualquier otra etapa de la vida. Sostengo con firmeza que todos tenemos derecho a morir dignamente, a que nos traten con respeto y amor, nos escuchen y nos cuiden.

Hoy en día, colaboro con el Hospice preparando la cena cada martes a los pacientes internos -trato de darles los gustos y cocino algo rico dentro de lo que cada paciente puede comer-.

Agradezco a cada uno de los pacientes y familiares que transitan por el Hospice por seguirme aleccionando y hacerme confirmar mi compromiso cada vez que la rutina y las obligaciones parecen abatirme.

La Madre Teresa decía; “A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.” La edad es espiritual, y si aún sos joven y querés cambiar el mundo, ¡empezá por vos!

¡Sigamos siendo y haciendo el Hospice!
Claudia Moyano, Voluntaria