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Llegamos al lugar y tocamos la puerta como quien se anuncia en una casa conocida. Una voz amable nos hace pasar y nos indica hacia dónde ir. Leves sombras merodeaban en el lugar y un aire de tranquilidad inundaba las salas.

Paz: lo que nos generó a la primera impresión. Contención: lo que se pudo sentir ante lo inevitable. La antesala al cielo. Un lugar caracterizado por una labor tan loable de respeto y tranquilidad.

«Estábamos salvados«, pensamos al momento de entrar y encontrarnos con un ambiente que no solo ayudaba a Elsa sino que también nos descontextualizaba un poco de la situación.

Las paredes claras, la fe que nos acompañó con la imagen de San José junto a Elsa, y fundamentalmente el cuadro que tenía a su izquierda con la imagen de la Madre Teresa de Calcuta y su nombre, que nos demostró ese rasgo tan característico del Hospice: el cariño por el prójimo.

El Hospice Madre Teresa nos ayudó a sobrellevar los últimos momentos – que son los más difíciles – a partir del trabajo realizado por personas con grandeza de corazón y a nivel espiritual. El Hospice fue el mejor lugar para este difícil momento que nos tocaba vivir, y donde Elsa ha querido estar no solo por haberla acompañado durante toda su enfermedad sino también por el cariño que ella le tenía a la institución y a toda su gente.

Elsa jamás perdió la bonhomía. Siempre con su suavidad y delicadeza demostraba estar en paz desde el momento en el que nos respondía con un «Te quiero», hasta cuando quería que le pintáramos los labios.

No solo es el hecho en sí, también la situación que ello conlleva y el acompañamiento que sentimos en el lugar donde se encontraba. Así, el momento de la despedida llegó, y allí cobijados, pudimos entender que el amor nos une y únicamente la vida nos separa.

«Las palabras sobran cuando lo que hay que decir desborda el alma»

¡Gracias! ¡Un abrazo al corazón!

Familiares de la huésped Elsa Griguoli De Donatelli.

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