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Las pérdidas se constituyen en factores inevitables en el acontecer de todo ser humano, nadie está exento de ellas, el devenir existencial se construye en el constante juego de encuentros y separaciones, hallazgos y pérdidas. La biografía de todo ser está signada por pérdidas de distinta índole, algunas no son mayormente advertidas mientras que otras dejan profundas huellas en la historia de vida de sus protagonistas. El crecimiento de un sujeto ha de estar supeditado a la propia capacidad de elaborar positiva y constructivamente las pérdidas.

Frente a la muerte de un ser querido se inicia un periodo denominado etapa de duelo. El vocablo proviene etimológicamente del Latín dolus (dolor) y es definido como el proceso de reacciones subjetivas fruto de una separación o pérdida de alguien o algo querido. Quienes poseen un lazo afectivo con el difunto han de iniciar una etapa de aceptación de la pérdida, de desapego y de recreación del proyecto existencial.

El duelo está signado inevitablemente por una cuota de sufrimiento, dado que toda pérdida conlleva el mismo, por ende hacer el duelo implica en palabras del Padre Mateo Bautista “sufrir sanamente para dejar de sufrir”; no se trata de anular la expresión del dolor, al contrario, permitir su libre manifestación y a su vez trabajar activamente para que de forma paulatina éste disminuya en intensidad. Negar el sufrimiento impide elaborar de manera positiva el duelo, negarlo es retrasarlo y, por ende, prolongar el dolor.

A fin de elaborar sanamente la pérdida es necesario que la persona comience por aceptar la realidad de la muerte superando el estadio de negación (mecanismo de defensa asociado al rechazo de la realidad e irreversibilidad de la pérdida). Es una labor compleja ya que la mayoría de las personas, en etapas iniciales del duelo, tienden a negar, bajo distintas formas, lo acontecido. Es el caso, por ejemplo, de aquellos familiares que conservan las habitaciones y pertenencias de igual forma que lo hacía el difunto. Esto recibe el nombre de momificación, es decir la tendencia, luego de la muerte del ser querido, a resguardar todo conservándolo en igual posición y forma. Una señal que generalmente da cuenta de la aceptación de la pérdida radica en las expresiones del lenguaje de quien relata este suceso, durante la etapa de negación son frecuentes frases tales como “yo sé que está conmigo, lo siento, sé que me acompaña siempre”, “mi ser querido se ha ido”, “mi ser querido se fue”. Posteriormente elaborada la aceptación se enuncian palabras como: “mi ser querido murió”, “mi ser querido está en Dios”.

Resulta también de fundamental importancia experimentar el dolor, es decir, lograr vivir y trabajar los sentimientos que se generan a raíz de la muerte de un ser querido. La elaboración positiva de los mismos se realiza por distintas vías: una de ellas es la expresión libre y clara del sentir, poner palabras al dolor, es importante que las personas en duelo tengan canales comunicativos que favorezcan y permitan la expresión de las emociones. Dar claridad y comunicar los sentimientos permiten luego trabajarlos. Por ello, no es aconsejable suprimir o negar el dolor. Asimismo, es fundamental comprender los sentimientos y entender que éstos no son morales y por lo tanto no deben ser juzgados. La sana elaboración del duelo implica a su vez adaptarse al ambiente en el que el difunto ya no está presente.

Aceptada la pérdida, es tiempo de continuar con el curso de la vida, una existencia que ya no es la misma pero que debe adaptarse al contexto desde un nuevo lugar construido. De esta manera, se tendrá que afrontar nuevos desafíos que plantea una vida modificada por la muerte del ser querido. En última instancia, es preciso reinvertir la energía emotiva en otras relaciones. El sujeto en duelo teme involucrarse con otras personas, ya sea porque siente que establecer algún vínculo pueda deshonrar la memoria del difunto o bien por miedo a una nueva pérdida. Pese a ello, la realidad es que la sanación logra ser tal cuando la persona en duelo logra abrirse a los demás. Se pretende que el sujeto logre proyectarse a futuro, en nuevas relaciones donde invertir su amor y se sumerja en los nuevos desafíos de la vida.

Se comprende, entonces, que el duelo es un proceso complejo, que requiere trabajo y esfuerzo y conlleva sufrimiento. Sin embargo, su sana elaboración se convierte en portadora de crecimiento, dado que el dolor es condición sine qua non para madurar. La separación del ser querido positivamente elaborada permite un fructífero crecimiento personal.

“No te mueras con tus muertos. Deja que la luz de la fe te muestre que el camino de la vida prosigue más allá de la noche de la muerte. Deja que la fuerza de la esperanza te sostenga y te ayude a sobrellevar la pena que te aflige hoy, con la alegría que alcanzaras mañana. Deja que el calor del amor venza la frialdad de la muerte,
manteniéndote unido en el recuerdo con tus seres queridos que partieron.”
(René Trossero)

Julia Arregui

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