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"Envejecimiento y discapacidad", la salud no determine el valor de la persona

CIUDAD DEL VATICANO, 20 de febrero de 2014. El Santo Padre ha enviado un mensaje a los participantes a la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, con ocasión del vigésimo aniversario de su institución.

Tal y como recuerda Francisco en el mensaje, la tarea específica de esta Academia es «estudiar, informar y formar acerca de los principales problemas de biomedicina y de derecho, relativos a la promoción y a la defensa de la vida, sobretodo en la relación directa que éstos tienen con la moral cristiana y las directivas del Magisterio de la Iglesia».

De este modo, los miembros de la Academia se proponen dar conocer que «ciencia y técnica, puestas al servicio de la persona humana y de sus derechos fundamentales, contribuyen al bien integral de la persona».

El Papa afirma que el tema elegido por la Academia para su discusión estos días: «Envejecimiento y discapacidad», es de gran actualidad y muy apreciado por la Iglesia. “En nuestra sociedad existe la tiranía de una lógica económica que excluye y a veces mata, y de la que muchas personas hoy en día son víctimas, comenzando por las personas mayores”, ha observado Francisco. El Pontífice señala que debido a la denominada cultura del «descarte», a los excluidos ya no se les «explota» sino que pasan a ser desechos, «sobras».

Francisco advierte que demasiado a menudo se olvida que «las relaciones entre hombres son siempre relaciones de dependencia recíproca, que se manifiesta con grados diferentes durante la vida de una persona y emerge mayormente en las situaciones de ancianidad, de discapacidad, de sufrimiento en general».

Ante este tipo de discriminaciones, el Santo Padre plantea la cuestión antropológica sobre el valor del hombre y las bases en que se asienta. “La salud -subraya- es sin duda un valor importante, pero no determina el valor de la persona. La salud no es una garantía de felicidad: ésta, de hecho, puede abundar, incluso en presencia de problemas de salud». Por lo tanto, -añade- «la falta de salud y la discapacidad no son una buena razón para excluir, o peor aún, para quitar de en medio a una persona”, y destaca cómo “la privación más grave que las personas mayores sufren no es el debilitamiento del cuerpo y la discapacidad que puedan tener, sino el abandono, la exclusión y la privación de amor”.

Asimismo resalta el papel de la familia. “Maestra de acogida y solidaridad es, sin embargo, la familia: es en el seno de la familia donde la educación perfila de manera sustancial las relaciones de solidaridad; en la familia se puede aprender que la pérdida de la salud no es una razón para discriminar ciertas vidas humanas; la familia enseña a no caer en el individualismo y a equilibrar el yo con el nosotros. Ahí es donde el “cuidar” se convierte en la base de la existencia humana y en una actitud moral que promover, a través de los valores de compromiso y solidaridad”.

Para concluir el mensaje, el Pontífice argentino recuerda que «una sociedad es realmente acogedora frente a la vida cuando reconoce que ésta es valiosa, incluso en la vejez, en la discapacidad, en la enfermedad grave e incluso cuando se está apagando; cuando enseña que la llamada a la realización humana no excluye el sufrimiento, sino que, enseña que la persona que está enferma y que sufre es un regalo para toda la comunidad, una presencia que llama a la solidaridad y la responsabilidad».

Finalmente, bendice el trabajo de la Academia para la Vida, «a menudo cansado porque implica ir a contra corriente pero siempre precioso porque está atento a conjugar rigor científico y respeto por la persona humana”.

Fuente: www.zenit.org

Esta entrada tiene un comentario
  1. Está claro, debemos recordárnoslo una y otra vez, la dignidad de la persona humana nos viene dada, cualquiera sea la circunstancia de nacimiento, de familia, de salud, de ambiente… Es intrínseca, es de Dios para nosotros, no es una concesión.
    Toda persona vale más que todo el universo material. Es signo eminente del amor de Dios, porque hemos sido hechos a su imagen y semejanza. Debemos vivirlo, visibilizarlo.
    Dice el Papa Benedicto XVI:
    «CUANDO DEJAMOS ESPACIO AL AMOR DE DIOS, NOS HACE SEMEJANTES A ÉL, PARTÍCIPES DE SU MISMA CARIDAD. ABRIRNOS A SU AMOR SIGNIFICA DEJAR QUE ÉL VIVA EN NOSOTROS Y NOS LLEVE A AMAR CON ÉL, EN ÉL Y COMO ÉL».

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