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¿Soy realmente católico?No hay duda que el hombre actual se ha liberado de muchas imposiciones culturales y tradiciones. Muchos católicos también han sido influenciados por esta cultura relativista y han tratado de liberarse de las “normas morales y de los valores tradicionales” que según él, no hacen más que interpelarlo de forma constante en su conciencia, hasta el punto de sentirse “oprimido e infeliz”.

Muchas veces, su analfabetismo religioso sumado a la soberbia le hace realizar la exégesis de la Biblia a su manera, y no conforme al Magisterio, la Tradición y los santos Padres. Así, cuando se encuentra acorralado en cuestiones morales que lo interpelan y no puede testimoniar con su propia vida, interpreta la Biblia a su manera. Hace del pasaje Bíblico: “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, su caballito de batalla, no para apelar o predicar la infinita misericordia de Dios, sino para justificar su propia mediocridad moral. Nunca completa la exégesis o se olvida, de manera intencional, lo que Jesús le dice a María Magdalena al final de esta enseñanza llena de misericordia: “vete y no peques más” (cf. Juan 8, 3-11).

Por eso, es frecuente encontrarnos con personas que dicen ser católicos, y de manera contradictoria hacen alarde de haberse liberado del concepto “oscurantista del pecado”, que supuestamente les habían enseñado sus educadores de forma despiadada para que no pudieran ser “libres y felices”. Este razonamiento enraizado en la exacerbación de la libertad y habiendo dejado de lado los “valores tradicionales”, han llevado al hombre y sobre todo a algunos católicos a un relativismo moral extremo, afirmando que todo es lo mismo o parecido, que ya “no hay ni bien ni mal”, que todo es conforme a como uno lo sienta o interprete. La pregunta que me hago todos los días es si realmente se puede ser feliz persistiendo en la oscuridad del error de la mentira y no en el Esplendor de la Verdad.

Este hombre que se autoconstruye día a día, conforme a sus parámetros morales y espirituales, se jacta de haberse liberado de la religión que le oprimía, acusando muchas veces a sus padres o educadores, que desde niño le habían enseñado con tanto amor y cariño, que hay valores universales como el bien, la verdad, el amor y que están inscriptos en el corazón del hombre como la ley moral natural, siempre participados en el Bien Verdadero, Universal, Trascendente y Eterno.

Este hombre que ha llegado al extremo del sentimentalismo y el emotivismo tiene aún intacto en su interior la “semilla de la eternidad”, por eso, consume todo tipo de experiencias que le permiten llenar ese vacío existencial y espiritual. Estas experiencias no hacen más que satisfacerlo en un plano sensible y natural, dejándolo aún más vacío en lo espiritual. Muchas personas siguen sin un rumbo fijo, desorientados, abrumados y tristes, entrando en un círculo vicioso que los conduce a la desesperación, al sin sentido y a la depresión. Creen que la salida hacia “la felicidad” tan anhelada y buscada está a través de la puerta de un consultorio médico, de un psiquiatra, de un psicólogo, o lo que es peor aún, llegan a ponerse en manos de pseudos maestros espirituales. Estos “maestros espirituales”, a través de un sincretismo religioso, no hacen más que conducirlos por un camino que muchas veces los satisface de forma transitoria, porque logran cierta “armonía” en un plano sensible pero que es también breve, porque como todo lo sensible, se agota en un abrir y cerrar de ojos.

Muchas veces, nosotros los católicos, persistiendo en el error, no queremos admitir el fracaso que nos producen algunas “prácticas espirituales de moda” y que aceptan una moral a la carta conforme a nuestro gusto. Nos hemos centrado tanto en “autoconstruirnos” en un inmanentismo pseudo-religioso apartados de la Verdad, que el hecho de no poder llegar a una “verdadera armonía o sanación” en un plano espiritual, nos hace sentir más culpables y más infelices. Creemos que somos nosotros los responsables de no alcanzar por nuestros propios medios ese fin espiritual. La realidad espiritual y religiosa es que sólo Dios puede darnos la felicidad, el gozo y la paz de espíritu que tanto anhelamos si somos realmente humildes y tenemos una apertura real a lo trascendente, a través del encuentro con Cristo, portador del agua viva, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es el manantial de Agua Viva.

El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarnos al Señor «con corazón sincero y llenos de fe», de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos», con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras». Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. (Benedicto PP. XVI, Vaticano, 3 de noviembre de 2011).

No pierdo la esperanza que todos los católicos podamos ser “sal y luz del mundo” abrazados a Cristo, en nuestra Iglesia Católica, que es Madre y Maestra, siempre dispuesta a recibirnos para gloria de Dios y nuestra vida eterna.

Atte. Dr. Cristian Viaggio
Presidente y Magíster en Ética Biomédica

Esta entrada tiene un comentario
  1. He estado recorriendo cada una de las páginas de este envío, son muy bellas y movilizantes.
    Tu artículo, Cristian, es una reflexión llena de sencilla sabiduría. Es descriptivo y propositivo, ser lo que somos, tener identidad, ser fieles. Como dice un excelente libro de George Weigel: «El coraje de ser católico». Y el primer ámbito donde debemos realizarlo sin fisuras ni doctrinales ni de praxis, es el de la bioética.
    La renovación parcial de la comisión; el avance en las obras de la Casa de la Divina Misericordia; el emotivo, fuerte y vivencial testimonio de Mónica Melano; la bellísima entrevista de Celeste a la gente de Cargill; la participación de los «hospiceanos» en el Simposio Internacional; la reflexión de monseñor Arancedo, la Invitación a las Jornadas de Bioética y mi artículo. Muy bueno todo, se lo agradezco.
    Además, ver en las fotos muchas caras conocidas y queridas. Gloria a Dios, honor a María, para la edificación de la Iglesia de Jesucristo y del Reino de Dios y para un mundo mejor.

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