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María Andrea Pampín

«Compañero te desvela, la misma suerte que a mí, prometiste y prometí encender esta candela» (Mario Benedetti, “Vamos juntos”)

Como suele sucedernos tantas veces, me parece mentira que ya hayan pasado casi diez años desde mi primer acercamiento al Hospice Madre Teresa, que estaba ubicado en la calle Mariano Moreno. Lo hice para agradecer el acompañamiento que Lore, Paula, Cristian (esas buenas personas aún desconocidas para mí y fundadoras de la Institución), hicieron a mi tío Cacho y a toda la familia.

En ese momento me asocié, ofrecí mi ayuda para lo que fuera necesario, aunque fuese un mínimo «mandado». Empecé -porque me lo permitieron con generosidad- a compartir las tardes de taller para mujeres con cáncer, conocí a las pacientes, me sumé a las iniciativas para difundir la institución que venía afianzándose de a poquito, y de ese modo, con convicción y compromiso, pasé a «formar parte».

Fui testigo y protagonista de las mudanzas y de los proyectos, realicé el interesante y necesario aprendizaje del «Curso para Voluntarios», en donde aprendí aquello que necesitaba, no sólo para acompañar un paciente en su domicilio, sino para informar a quienes, aún sin conocerme, llamaban a mi casa diciéndome «te llamo porque sé que vos estás en una asociación que se ocupa de esto ¿verdad?». Por lo general, eran seres humanos que se veían sumidos en el desconcierto o la desesperación ante la noticia de que a un familiar se le diagnosticara una enfermedad progresiva e incurable como es el cáncer.

De este modo aprendí a ser «puente» entre mis compañeros del Hospice y muchos lugares de la sociedad de Luján que yo frecuentaba. Lo hicimos siempre avanzando juntos, sumando a quienes querían dar una mano y así, gracias a tanta generosidad recibida, pudimos soñar, proyectar y concretar lo que parecía en algunos momentos una utopía: la casa propia. Han pasado rápidamente los años, y es prodigioso reconocer cuánto se ha logrado en tan poco tiempo.

Hoy puedo decir que recorro con alegría y con firmeza la «Casa de la Divina Misericordia» -nuestro hogar, al que siento como propio-, cuidando a los pacientes, aprendiendo cada día junto a ellos, a sus familiares, a las enfermeras, a los profesionales, y a mis compañeros voluntarios, a todos aquellos que hemos permanecido fieles al llamado de esta vocación, que es la de brindarnos a los demás. Juntos podemos apreciar el valor que tiene defender y celebrar la vida que nos es dada, juntos también reconocemos que se puede hacer frente al sufrimiento si le respondemos con la fuerza y la certeza que nos da la esperanza, si le damos a cada instante el valor irrepetible de la experiencia compartida, en otras palabras: si al dolor de la crucifixión le anunciamos la plenitud de vida de la resurrección, esa plenitud que se vive también en este mundo reconociendo los milagros cotidianos que la fuerza del Bien, del Amor, en fin, del Dios en quien cada uno cree y espera, obran en nosotros.

Es mi ferviente deseo, es mi ruego, que la luz y la fortaleza que nos envía el Señor en su divina misericordia nos acompañe siempre e ilumine nuestra misión y nuestro camino; y que ayude a sumar brazos y corazones a nuestro trabajo. Que así sea.

María Andrea Pampín – Voluntaria

Esta entrada tiene 2 comentarios
  1. Qué lindas tus palabras Andre! Gracias! por estar siempre dispuesta a dar una mano en lo que se necesite.
    Te quiero mucho!

    1. A vos Gogó, porque junto a Fer son quienes nos organizan y nos guían en un trabajo ordenado, y siempre pleno de fe, esperanza, amor y compañerismo y la «buena y cálida palabra»!!!!!!!!!!

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