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El amor no desaparece nunca.
La muerte no es nada simplemente me he ido a la pieza de al lado.
Yo soy yo; tú eres tú.
Lo que éramos el uno para el otro lo somos siempre.
Dame el nombre que siempre me has dado.
Háblame como lo has hecho siempre,
no emplees un tono diferente.
No adoptes un aire solemne o triste.
Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos.
Ora, sonríe, piensa en mí, reza por mí.
Que mi nombre sea pronunciado en casa como lo fue siempre,
sin énfasis de ninguna clase, sin nada sombrío.
La vida significa todo lo que ella ha significado siempre y es lo que siempre ha sido.
El hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría yo de estar fuera de tu pensamiento simplemente porque estoy fuera de u vista?
Te espero, no estoy listo, justo del otro lado del camino.
Como ves todo está bien.
(CANON HENRY SCOTT HOLLAND)

«Cómo morir? Vivimos en un mundo al que esa pregunta espanta y la alude. Antes de nosotros, muchas civilizaciones miraban a la muerte cara a cara. Delineaban para la comunidad y para cada persona el camino de ese paso. Daban a la culminación del destino su riqueza y su sentido. Probablemente nunca la relación con la muerte ha sido más pobre que en estos tiempos de sequedad espiritual en que los hombres, presurosos por existir, parecen eludir el misterio. Ignoran que agotan a sí el manantial esencial de la alegría e vivir.
(Les recomiendo la lectura del libro “La muerte íntima” los que van a morir nos enseñan a vivir, Marie de Hennezel, Ed. Sudamericana)
Escondemos la muerte como si fuese vergonzosa y sucia. En ella no vemos más que honrar, absurdo, sufrimiento inútil y penoso, escándalo insoportable, siendo que es el momento culminante de nuestra vida, su coronación, lo que le confiere sentido y valor. No deja de ser por ello un inmenso misterio, un gran signo de interrogación que llevamos en lo más íntimo de nosotros mismos.
Sin disminuir el dolor de un camino hecho de duelos de renunciamientos, el tiempo que procede a la muerte puede ser también una culminación de la persona y una trasformación del eterno. Cuando ya no se puede hacer nada se puede todavía amar y ser amado. Los últimos momentos de la vida de un ser amado pueden ser la ocasión de avanzar lo más lejos posible con esa persona en vez de mirar de frente a la realidad de la proximidad de la muerte, estamos como si ello no fuera a venir. Mentimos al otro, nos mentimos a nosotros mismos y en vez de decirnos lo esencial, en vez de intercambiar palabras de amor, de gratitud, de perdón, en vez de apoyarnos los unos en los otros para atravesar ese momentos incomparable que es la muerte de un ser amado, poniendo en común toda la sabiduría, todo el humor y el amor de que es capaz el ser humano para enfrentar a la muerte, en vez de eso, es el momento único esencial de la vida, se rodea de silencio y de soledad.
Gracias al Hospice Madre Teresa por ayudarnos desinteresadamente y enseñarnos a comprender la importancia de los gestos tiernos para un enfermo angustiado y de acompañar hasta el fin. En vez de abstenerse en el cuerpo para mantener la vida a cualquier precio, es aconsejable aliviar, velar por la comodidad de las personas moribundas, y lo más importante, no mentirles para que puedan prepararse para la partida, para que no padezcan su muerte sino que la vivan personalmente rodeados de sus seres queridos. Lo más significativo el acompañamiento es la presencia, estar cerca para compartir lo que sienten cuando nos necesitan, estamos incondicionalmente.»

FLIA. BISPO

Esta entrada tiene un comentario
  1. Acabo de leer la hermosa reflexión que nos manda la familia Bispo. De verdad es muy bella por lo vivencial y testimonial. Sí, compasión, compadecerse, significa padecer y sufrir con el otro, junto al otro, ser solidario con él, acercarle ayuda espiritual, sicológica, material, atención personalizada. Darnos y dar nuestro tiempo.
    Siendo la vida don de Dios, siendo administradores de esta vida, lo importante será que sembremos semillas de vida eterna. Así podremos llamar a la muerte, como nos lo enseñó San Francisco de Asís, la «hermana muerte, que nos abre las puertas de la vida eterna».
    Como el Buen Samaritano, figura del Cristo compasivo y hermano, como la gente del Hospice, diremos: Aquí estoy para lo que me necesites. Gracias a ustedes y a otros que han dado su testimonio.

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